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Si me has seguido en las redes sociales, ya sabes que desde enero he abrazado por completo mi lado salvaje. Esta semana en abril no ha sido una excepción: simplemente otro día dedicado a disfrutar de actividades atrevidas y lujuriosas que me recuerdan por qué no puedo soportar tener un solo pelo en mi cabeza.
De pie en mi baño, vestida únicamente con una camiseta amarilla corta, agarro mi cortapelos y comienzo a cortar el velloso cabello. La sensación de las cuchillas contra mi piel me provoca escalofríos a lo largo de mi espina dorsal mientras observo cómo el cabello se acumula en las hendiduras de mi camiseta. Se pega a todo, un recordatorio de las aventuras sudorosas y las excursiones de senderismo que me han dejado anhelando una ducha, una buena comida y una maldita siesta.
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